Psicología y EneaChina Media por Liliana Atz

Todo esto encuentra una gran confirmación de la EneaMediCina y en los símbolos antiguos que se encuentran en la base, como veremos….

Niñez
Partiendo de la infancia, como núcleo estructurante del universo humano, diversos estudios psicológicos han puesto de manifiesto cómo la relación con la madre y/u otras figuras de referencia es determinante en la activación de aquellos rasgos temperamentales que se manifiestan desde el primer año de vida. Estos rasgos representan la matriz biológica a partir de la cual, en interacción con el entorno, se desarrollarán los rasgos de personalidad. Estos últimos se definen como características individuales que tienden a permanecer estables en el tiempo y que son la base del comportamiento observable.

La perspectiva disposicional argumenta, de hecho, que cada persona tiene características biológicas específicas que lo predisponen a manifestar ciertos comportamientos de manera más automática que otros, independientemente del tipo de situación en la que interactúe. Los rasgos tienen una base biológica. El contexto ambiental – físico, familiar, social y cultural – no es menos importante que el biológico, pudiendo modificar, incluso radicalmente, las características conductuales.

Allport (1937) afirmó que “por temperamento entendemos aquellos fenómenos que caracterizan la naturaleza emocional de un individuo y que incluyen su susceptibilidad a la estimulación emocional, su eficacia habitual y rapidez de respuesta, la calidad de su estado humoral; Estos fenómenos se consideran dependientes de elementos constitucionales y, por lo tanto, originalmente en gran medida hereditarios”.

“El término temperamento”, escribe Lisa di Blas, “designa un conjunto de características individuales, observables en el comportamiento, que tienen un sustrato genético y fisiológico, afectan ampliamente la emocionalidad, se manifiestan dentro del primer año de vida y son relativamente estables en el tiempo”.

Eysenck afirma que los rasgos temperamentales tienen una base genética, sin embargo no heredamos el comportamiento, sino las estructuras biológicas que dan lugar a aquellos comportamientos que manifestamos con más frecuencia que otros. Hay algunos intermediarios biológicos, como las hormonas y los neurotransmisores, que traducen el potencial genético en constantes de comportamiento (rasgos de personalidad). En la interacción con el entorno, las bases fisiológicas que heredamos producen tanto aquellos comportamientos que pueden detectarse en el laboratorio (por ejemplo retención de memoria, umbral sensorial), como aquellos comportamientos que se observan en contextos naturales (por ejemplo sociabilidad, sexualidad, agresión).

Se plantea la hipótesis de que el período de 6 a 12 años es decisivo en el desarrollo de los rasgos de personalidad como resultado de la interacción entre los rasgos temperamentales y el entorno.

Los rasgos de personalidad que Eisenck identifica dentro de su modelo teórico son tres: psicoticismo, extroversión y neuroticismo.

El primer rasgo se caracteriza por la agresión, el egocentrismo, la impulsividad, la antisocialidad y la falta de empatía.

La extroversión incluye diferencias individuales relacionadas con la sociabilidad, la actividad, la vitalidad, la asertividad, la búsqueda de sensaciones y el dominio. El último rasgo, el neuroticismo, incluye rasgos como ansiedad, tensión, depresión, emocionalidad, timidez, humor, baja autoestima y sentimientos de vergüenza.

Aunque todavía no se ha propuesto una conceptualización unívoca y convincente del término personalidad, también es útil definirlo como “el resultado de la articulación recíproca de los aspectos cognitivos, emocionales, volitivos y motivacionales del individuo y su interacción con el entorno (Giannelli, 1993). En consecuencia, la evaluación cuidadosa no puede ignorar considerar los aspectos culturales, éticos y sociales como factores significativos para la estructura personológica de cada individuo”.

Por lo tanto, la personalidad debe entenderse como la suma de los rasgos de temperamento, emociones y motivaciones del individuo que se mueven en el espacio y el tiempo.

La comunicación afectiva se perfila como la primera fuente de estímulo del comportamiento del niño y, posteriormente, a través de un proceso de internalización, también la base sobre la cual estructurar el andamiaje de su mundo interno.

Esta capacidad parece estar profundamente condicionada por el tipo de respuesta emocional que ha podido disfrutar durante su experiencia infantil.

El mundo intrapsíquico del niño es, en este sentido, el resultado del proceso de construcción dialéctica entre sus habilidades emocionales, comunicativas, receptivas y temperamentales originales con las de sus figuras de apego, que, además, dependen de sus modalidades de apego, sus características temperamentales y sus modos de regulación emocional.

Un estudio realizado por Haft y Slade mostró que existe un estrecho vínculo entre los patrones operativos internos de apego de la madre y su modo de concordancia afectiva con el niño, destacando precisamente cómo esto se convierte en una herramienta facilitada en la transmisión intergeneracional de patrones de apego interno.

La transmisión intergeneracional de modalidades de apego seguro proporciona, al niño, una base para contener sus emociones generando seguridad en él y creando una base más estable para la evolución de la función de mentalización, lo que a su vez, facilita su actitud para establecer relaciones seguras con los demás.

En el caso de un padre con un modelo de apego inseguro, también transmitiría al niño las defensas adoptadas contra sus emociones, empujando al niño a no expresar algunas de sus emociones para mantener la relación con el padre. Al hacerlo, el niño salvaguardaría tanto su propia tranquilidad como el estado mental del padre (Main, 1995).

“El niño no puede encontrarse en el otro”, dice Fonagy (1998).

Otros estudios de Grossman y Grossman (1991) destacan cómo “… Las madres de niños evitativos e inseguros, a diferencia de las madres de niños seguros, no son capaces, en las situaciones de juego que estudian, de ponerse en contacto con las emociones negativas de sus hijos, manteniéndose alejadas de ellas en las ocasiones en que las expresan y acercándose a ellas solo cuando comunican emociones positivas.

Cassidy y Kobak en 1988 “… Analizando la comunicación afectiva de niños evitativos inseguros de tres y seis años hacia sus madres, destacan cómo consolidan las estrategias de enmascaramiento y falsificación de afectos negativos encontradas ya a los 12-18 meses…. ser capaz de comunicar sólo emociones positivas a la madre…”.

Winnicott (1965) afirmaba que la incapacidad de la madre para responder adecuadamente a las necesidades emocionales del niño podía provocar en este último “ansiedades impensables, como la sensación de desmoronarse, de estar sin orientación, de caer para siempre, influyendo en sus procesos de construcción e integración de un núcleo original del Ser”.

La capacidad de reconocer sus emociones, que el niño articula progresivamente, sin recurrir a operaciones defensivas de deformación y restricción de información concerniente a ellos, es fundamental, según Bowlby (1991), para su desarrollo, porque lo lleva a establecer una adecuada comunicación intrapsíquica con el mundo de sus afectos. Por otro lado, esta capacidad parece estar profundamente influenciada por el tipo de comunicación afectiva que ha podido aprovechar hacia sus propias figuras de apego del curso de su historia infantil de autoconstrucción. (continuará)

Bibliografía
¿Cuál es la personalidad” Lisa di Blas – Ed. Carocci – 2002
Interacciones madre-hijo en el desarrollo y el crecimiento – D. N.Stern . –y. Cortina 1998
La comunicación afectiva entre el niño y sus parejas” editado por C. Riva Crugnola – R. Cortina ed. – 1999
Manual de psiquiatría y psicología clínica – G. Invernizzi – Mc Graw-Hill

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